Desmontando el pasado

oldtv  Una de las pocas ventajas del autónomo es elegir cuándo y cómo cogerse las vacaciones. Escribo estas líneas desde mi Sigüenza desmitrada, pues he decidido tomarme toda la Semana Santa para descansar y meditar, muy propio en estas fechas. Supongo que no como san Juan de la Cruz, ni como santa Teresa. Esa entrega e intensidad se me desparrama con aficiones mucho más mundanas. Pero, como decía, mi condición de autónomo me permite estas pequeñas treguas. Afirmaba con razón Albert Rivera, que ese espécimen del tejido financiero y laboral, que padece los agobios del empresario con salario de funcionario sin disfrutar de ninguna de sus ventajas, ese espécimen, digo, mantiene a duras penas la ilusión de la mejor España del desarrollo. Ni Sigüenza es mitrada ni la clase media es lo que fue.
El pasado domingo leí un interesante artículo de Cristina Caballero publicado en El Mundo. En él se certificaba el estado crítico de “la clase media” con este definitivo relato: “Aparentemente, estamos ante un cadáver: la clase media no tiene conciencia de serlo; sobrevive inerte, sin movilidad. Se ha rendido. El pilar donde se asentaba, la estabilidad, se ha roto para siempre. Aquellos que pensaban que si uno trabajaba duro, si era honrado, disciplinado, ahorrador y decente, el porvenir le iría bien y podría ofrecerle a sus hijos una vida mejor, están totalmente perdidos. Esa regla, ese pacto implícito que tenía la clase media con el resto de la sociedad, se ha hecho trizas con la crisis.”
Padecemos una lenta pero, me temo, irreversible mutación. Incluso la de los propios valores. Por eso la temo. Porque los valores que mamé y asumí se desmoronan a mi alrededor. Procuro sacudirme de cualquier perjuicio generado por la edad, que mantiene una tendencia inevitable a que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo que veo, oigo y leo en las noticias diariamente no alimenta ningún optimismo, al contrario, contrasta una realidad difusa y un futuro ciertamente oscuro. Esos años de prosperidad y desarrollo, de familias numerosas, de progreso en la empresa, de esfuerzo y premio, esos años no volverán.
Son nuevos tiempos. La irrupción de los nuevos partidos no ha hecho más que confirmar el más de lo mismo. Han mimetizado fielmente el perfil de las marcas tradicionales. Y poco tiempo ha bastado para que demuestren sus fisuras, sus ansias de poder, su conflictos por los liderazgos. El estancamiento, la parálisis política que padecemos resulta, además de inédita, frustrante. Asistimos atónitos a una tragicomedia con viejos y nuevos intérpretes, sospecho que de segundo nivel, como ya he comentado alguna vez desde este rincón. Las butacas vacías van creciendo y la desafección es cada vez mayor. Nada apunta a que se puedan evitar unas nuevas elecciones, a no ser un pacto que de por sí resultaría contra natura y de una ingobernabilidad peor que el desgobierno actual.
En el mismo periódico y el mismo día, sin embargo, aparecía un reportaje sobre la felicidad de los españoles. Paradójicamente, tres cuartas partes de los encuestados se declaraban razonablemente felices. Tanto han cambiado las cosas que hasta la política nos trae al pairo. Tal vez el escenario ha cambiado tanto que no nos damos cuenta de que asistimos a otra obra, a otra realidad. A mi me entristece que se se evaporen los valores que nuestros padres nos inculcaron. Nos es de extrañar que en el citado y amplio reportaje sobre la felicidad nadie hablara de Aristóteles.

Emilio Fernández-Galiano

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