Gigantes y Cabezudos

GyC12   Entre la fiesta y el folclore

Dicen los viejos que los vieron desde niños. Dicen que aparecen sólo unos días al año, envueltos de magia y misterio. Y de fiesta. La de Hemingway, o la de Machado, la de charanga y pandereta. Son los Gigantes y Cabezudos, nuestros particulares duendes, mezcla de mito y costumbre, de historia y folclore.

Su origen no está del todo claro. Los más decididos sitúan su origen ni más ni menos que hace dos mil años; otros, a la Edad Media. En España, dependiendo de las fuentes, las primeras manifestaciones de las que se tienen constancia se remontan hacia los siglos XIII y XIV, y, geográficamente, en torno a los reinos de Aragón y Navarra. La presencia de reyes entre los gigantes justificaría la época y estructuras social y política. La de los cabezudos representaría de forma satírica los estamentos sociales, los gremiales y demás pecados y temores populares. La vigencia de las comparsas de Gigantes y Cabezudos entre nosotros resulta hoy curiosa y es –seguramente- una muestra de la permanencia de muchos de los sentimientos ancestrales.

Gran cantidad de ciudades, villas o pueblos cuentan con sus gigantes y cabezudos como parte de las celebraciones festivas. Es verdad que en Aragón adquieren relevancia propia, figurando los cabezudos como reclamo turístico y totems de las peculiaridades de su gente. Como mejor testimonio, la célebre zarzuela de Manuel Fernández Caballero, que aunque estrenada en Madrid el 29 de noviembre de 1898 en el Teatro de la Zarzuela, sitúa la acción en Zaragoza:

Luchando tercos y rudos,
grandes para los reveses,
luchando tercos y rudos
somos los aragoneses
gigantes y cabezudos,
gigantes y cabezudos maña

grandes para los reverses
y ante la alegría que tiene la jota
aquí dentro el alma se nos alborota,
siempre del canto famoso
caras muy bonitas se asoman al foso,

corren los chiquillos, saltan las mozuelas,
ríen los ancianos, ríen los ancianos, lloran las abuelas,
saltan los gigantes y los cabezudos
y ya vuelto loco y ya vuelto loco baila todo el mundo.

Los Gigantes y Cabezudos en Sigüenza

Por lo que respecta a nuestras comarcas las comparsas gozan de buena salud, si bien en su reciente historia se registran algunos altibajos. Aprovecho las fiestas de Sigüenza para acercarme en una soleada mañana, a la hora que permite el haber trasnochado, pasado el mediodía, hasta las puertas del Ayuntamiento y hablar en los prolegómenos con uno de sus protagonistas actuales. Se trata de José Merino, sevillano y seguntino de adopción. Pepe es toda una institución en la materia, no en vano lleva la friolera de veintinueve años “bailando” a los reyes, preferiblemente a la reina, y compartió durante décadas la afición y entrega con otro baluarte de la tradición: Fernando Pardo. “Ponlo bien claro –me pide–, sin él las comparsas habrían desaparecido de Sigüenza, como, de hecho, ha pasado en otros muchos pueblos. A comienzo de los ochenta nadie se preocupaba por el desfile, y las charangas no aparecían, perdiendo todo el atractivo. Fernando se bajaba hasta la Alameda a buscarlas y a base de empeño y coraje conseguía subirse la charanga de alguna peña voluntariosa, para sacar –siempre con retraso– a las figuras”. “Porque para que la fiesta sea completa –continúa Pepe bajo la atenta y cuidadosa mirada de su mujer, Pepa, que le asiste durante el desfile–, es imprescindible la charanga, la música, que le da el calor necesario a tanto color. Siendo Alcalde Marcelino Llorente, le pedí que a las peñas se les subvencionara a condición de acompañar a los gigantes, pues sin ellas no había desfile ni ná –recalca con su deje andaluz–. Actualmente, gracias a la buena disposición de Marcelino, las peñas se turnan dos cada día, y la música no se interrumpe en el desfile”. Pepe Merino recibió el encargo de escribir sobre los Gigantes y Cabezudos para el programa de Fiestas del año 1998, y se hizo todo un experto. Nos ilustra sobre sus orígenes. “Julio Cesar y Estrabón describen ciertos ritos celtas, en los que se construían unos gigantes de grandes dimensiones para meter dentro a los enemigos y ofrendas y posteriormente, prenderles fuego. En cualquier caso la celebración nace como un acontecimiento pagano, si bien entronca con la tradición cristiana a través de San Cristóbal –santo anterior a la Edad Media– y a partir de ahí se vincula a la celebración del Corpus, aunque conservando su carácter civil. Este carácter se manifiesta con la presencia de los reyes, por un lado, y por la representación del resto de los continentes, lo que explicaría la presencia del rey negro, el chino, etc, en las comparsas de otras ciudades, como, por ejemplo, en las de Bilbao. Los cabezudos aparecen más tarde, y recogen la parte más “popular” de la tradición, en la que se intercambiaban golpes “incruentos” utilizando, por ejemplo, vejigas de animales, los antecedentes de las actuales escobas, sin ir más lejos. Tanta diversión lleva a Carlos III, mediante real cédula de 1780, a separar y desmarcar a los gigantes y cabezudos de la procesión del Corpus, cayendo entonces en desgracia. Sólo en Granada se sigue vinculando a las Comparsas con el Corpus, que se celebran en días consecutivos.” Los Gigantes y Cabezudos en Sigüenza
Entrevista a Pepe Merino

Le pido a Pepe que indague en sus recuerdos y nos cuente la reciente historia de tan singular desfile. “Sin Fernando Pardo, insisto, no se hubiera rescatado la celebración con la brillantez que hoy tiene. Características eran sus alpargatas azules, inconfundibles, bajo la erguida estructura, que bailaba como no se ha vuelto a ver bailar. Se merece, aunque ya póstumo, algún tipo de reconocimiento público”. También cita a Jesús Canfrán, muchas veces compañero de Fernando en tan sacrificado “baile”, y al hijo de Jesús, que continúa la tradición. También meritorios “reyes” han sido Javier del Valle, Francisco Fernández Lafuente, Juan Antonio Ayuso, Emilio de las Heras, Patricio o Ceci, todos dispuestos al desfile real cuando sea necesario, a pesar de los achaques. “Si Marcelino normalizó los desfiles, con Octavio Puertas como alcalde se realzó el evento, de hecho fue el primero en convertir a las figuras de las comparsas en protagonistas del cartel de las Fiestas patronales y el primero en exponerlas –rey y reina– como reclamo de la ciudad en el estand de FITUR”. Los cabezudos, más cerca del suelo y de la gente, persiguen al provocador y contemporizan con el temeroso. Hoy en día son portados por gente joven dispuesta a darse buenas carreras detrás de la chiquillería. “No hay que olvidar –apunta nuestro entrevistado– el importante papel del coordinador de los cabezudos, en la figura del diablo, que es quien se encarga de proteger la inmunidad del rey y la reina –desde dentro casi no se ve nada; los gigantes son ciegos–. Hasta hace bien poco ejerció durante muchos años de demonio Juan Lizasoaín. Hoy le ha relevado Javier Oliva, escritor, quien, por cierto, acaba de publicar su obra “El sueño de Judas” y los dos hermanos apodados “los gemelos”, todos ellos, grandes entusiastas”. Desde hace pocos años se ha incorporado a los gigantes un convidado de cartón piedra, como no podía ser de otra manera. Se trata del Doncel, que le da al desfile personalidad propia y local, pero lamentablemente dista mucho en calidad de sus acompañantes. El desfile comienza y Pepe Merino tiene que ponerse manos a la obra. Se mete bajo el manto real y comienza su particular baile. “Hay que estar en forma; además, el calor ahí dentro es tremendo. Al margen de peso, lo más difícil es no perder el equilibrio al hacer bailar estructuras de tanta altura y muy desequilibradas, ya que la mayor parte del peso está en la parte alta del gigante”. Ahí le dejo, en las entrañas de la reina, mientras me encamino hacia la Alameda. Resulta todo un espectáculo ver girarse tamaña escultura al son de las charangas, desplegando sus largas capas al viento. Música, baile, sol, carreras, temores infantiles, asombro de ojos inocentes, atracción insólita del visitante, recuerdos de nuestra propia niñez. Parte de nuestra tradición, al fin y al cabo. Y gracias a gente que de forma anónima dan vida y corazón a los majestuosos seres de cartón.

Emilio Fernández-Galiano

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