El triángulo de Arte más importante del mundo, aunque suene a masón, el formado por el Prado, el Reina Sofía y el Thyssen, ofrece ahora al público dos exposiciones de primer rango: En el primero, la de “El último Rafael”, primera gran muestra monográfica que combina dibujos y pinturas de los últimos siete años de la vida del genial pintor (1483-1520). Está organizada conjuntamente por el museo español y el Louvre y en ella se recogen sus últimas y mejores obras del más definido estilo renacentista. En su corta pero prolífica vida, la última parte es la más versátil y desarrollada. De hecho, sus últimos trabajos fueron complicados de situar cronológicamente, por una constante evolución temática, técnica y de estilo. Es una exposición «inédita y difícilmente repetible en varias generaciones» según Miguel Falomir, jefe de pintura italiana del Prado e impulsor de la muestra. No hay que perdérsela.
El Thyssen expone parte de la obra de un autor por el que tengo una gran debilidad, Edward Hopper (1882-1967), uno de los principales artistas, junto a Norman Rockwell, de la pintura moderna norteamericana, aunque Tomás Llorens, comisario de la exposición, no duda situarlo en solitario por encima de Warhol, Pollock, Rothko o Rauschemberg. A Hopper, a pesar de haber sufrido la incomprensión de la crítica por ser un autor difícil de encasillar, hoy nadie duda en convertirlo en emblema del sentimiento americano como el mejor resumen de la primera mitad del siglo XX. Desde los dorados años veinte a la gran depresión, tras el ensalzamiento de la clase media y el sueño americano. Formado en las mejores escuelas americanas satinando sus conocimientos en la vieja Europa, París o Madrid supusieron una referencia, Hopper terminó consagrándose con un estilo propio, entre un modernismo pop y el realismo figurativo, con la habilidad de encarnar el genuino sentimiento americano desde un prisma cinematográfico, arte con el que’El último Rafael’ ertir muchas de sus obras en autsionismo, con la habilidad de encarnar el genuino sentimiento americano, muy también intimó. La soledad o el individuo urbano los plasmó con maestría genial hasta convertir muchas de sus obras en auténticos iconos.
Emilio Fernández-Galiano