Ahora que estamos en San Isidro, viene a mi memoria que desde bien pequeño me sentí atraído por el mundo de los toros y de los toreros. Mi abuelo Pascual, que vivía con nosotros, me transmitió la afición cuando le acompañaba frente al televisor en cualquier corrida retransmitida. –“¡Qué faena, qué faena!”, comentaba entusiasmado sin yo entender, por entonces, el significado de la expresión, o entendiéndola mal. Son recuerdos en blanco y negro, condimentados con experiencias personales que él vivió en su dilatada vida como, por ejemplo, la reinauguración oficial de la actual plaza de Las Ventas en plena República, el 21 de octubre de 1934 –hubo una inauguración previa en 1931- con Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez Ortega (Cagancho) espadas del cartel. O cómo el gentío acompañaba a Antonio Bienvenida hasta su casa de General Mola (ahora príncipe de Vergara) tras salir por la puerta grande. Se acordaba perfectamente de esos toreros como yo recuerdo a los de la época de El Viti, Paco Camino, El Cordobés o Curro Romero. Desde entonces he compartido con muchos y buenos amigos grandes tardes de toros y conversaciones sobre el arte de la Tauromaquia.
Porque, efectivamente, para mi el toreo es arte como lo puede ser la danza o el teatro. Un espectáculo que en sí mismo forma parte de nuestra cultura y la de buena parte de Hispanoamérica y Francia. Cuanto más he conocido ese mundo más me ha cautivado y más me sorprende la persecución al que está siendo sometido en los últimos tiempos.
No nos engañemos, la mayoría de las críticas son resultado de una escandalosa manipulación política. Principalmente en dos vertientes: la nacionalista excluyente, y la de los populismos de la nueva progresía. La primera identifica la Fiesta con lo genuinamente español, en esa obsesión visceral por ir en contra de lo nuestro –y lo suyo, por mucho que les cueste aceptarlo-, de todo a lo que se identifique con España. Ese antiespañolismo irracional se ceba con todo lo taurino hasta llegar a prohibirlo en su propio territorio, en Cataluña; qué barbaridad, toda la vida reclamando libertades y les da ahora por PROHIBIR. El segundo es un nuevo esnobismo escudado en presuntos argumentos animalistas que pretende prohibir cualquier acto taurino en toda España; qué barbaridad, toda la vida reclamando libertades y les da ahora por PROHIBIR.
No aspiro a realizar aquí una defensa pormenorizada, cualquiera que conozca un poco, sólo un poco, todo lo vinculado al mundo taurino, le constará, por ejemplo, el cuidado y el mimo con el que estos animales son criados. De no existir la Fiesta no existiría el toro bravo. En cuanto a su sacrificio en la plaza es bastante más noble que cualquier otro “exterminio” con que se aniquilan a otros animales. Me pregunto porqué estos “animalistas” no se preocupan más de la situación de los perros de raza galga, abandonados a su suerte por falta de carreras, o la de miles de caballos desamparados a su fatal destino por ausencia de cuidados. Ningún ganadero que se precie permitiría eso con sus reses bravas. El reglamento y las leyes para la lidia de ganado bravo es exhaustivo, a diferencia de la falta de protección para otro tipo de animales. Otra cosa es el mal uso que se hace de algunos “espectáculos” taurinos que escapan del rigor y de la ley y que son ciertamente lamentables.
El espectáculo que nos ocupa, sitúa en un mismo plano al hombre y al animal. Aquél se defiende con el engaño (capote y muleta) y éste con su bravura. Suele ganar el primero –no siempre-, pues no en vano está dotado de inteligencia, la que otros no demuestran cuando arremeten contra la puesta en escena simplemente por motivos políticos, de una u otra índole. Respeto, cómo no, a los que no comparten atractivo alguno o, incluso, manifiestan con pesar escenas que no son de su agrado. Pero, insisto, denuncio a aquéllos que por mor de torticeros objetivos políticos denostan la Tauromaquia, la utilizan como arma arrojadiza y la disfrazan de lo que no es. Poco les preocupa, entre otras cosas, las miles de personas que viven honradamente del trabajo que genera.
Tuve la suerte de estar presente cuando José Tomás, en los premios Paquiro de hace años, recitó sin leer una sola línea su experiencia en Aguascalientes (México), en donde un toro a punto estuvo de acabar con su vida. Fue pura poesía. Los profesionales de hoy no vienen del hambre y las cornadas no se las da ésta, sino en todo caso la Agencia Tributaria. La Fiesta ha evolucionado y se han mejorado los reglamentos siempre en defensa de los astados. Ortega, Picasso, García Lorca y otros prohombres de sensibilidad y erudición siempre la defendieron. Hoy, otros muchos están al frente de esa digna defensa. No es de extrañar que sea fuente inagotable de inspiración para pintores, escultores, músicos, escritores y cineastas. De vez en cuando, paso horas hojeando el Cossío y, además de la riqueza que desprenden sus páginas, reflexiono sobre lo mucho que nuestras vidas están vinculadas a este Arte. Porque, al fin y al cabo, es esencia de nosotros mismos y de nuestro pasado. Y espero que de nuestro futuro. Va por ustedes.