Leopoldo Hugo, el militar francés que combatió por nuestras tierras contra El Empecinado.
Desempolvando legajos archivados en su día por mi padre, hace semanas me encontré entre mis manos con un tratado de Arnaud Laster sobre Victor Hugo. Uno de los conocedores más profundos del autor de Los Miserables, no en vano en la actualidad compagina sus trabajos de investigación con la presidencia de la Sociedad de Amigos de Victor Hugo, Laster, que también trató y colaboró con el poeta Jacques Prévert, es en la actualidad el mayor depositario de la obra del genial escritor francés.
En el tomo impreso por la prestigiosa editorial parisina Pierre Belfond, en las páginas 12 y 13, Arnaud Laster detalla las hazañas bélicas del padre de Victor Hugo por tierras castellanas, como general de las tropas francesas, entre los años 1809 y 1812, en plena Guerra de la Independencia.
José Leopoldo Sigisberto Hugo (Nancy, 15 de noviembre de 1773 – París, 29 de enero de 1828), aunque pronto se enroló en la milicia, mantuvo durante toda su vida dos constantes que condicionarían el futuro de sus tres hijos, Abel, Eugène y Victor: su afición literaria y su vinculación a España. Su condición de militar fue su modus vivendi, pero sus devaneos con una vida bohemia en el París de final del XVIII denotaban sus inclinaciones hacia el mundo de la creatividad que entraban en conflicto con la disciplina militar.
No es un disparate pensar que Victor Hugo heredó de su padre tanto el talento literario como el de sus pasiones por la vida y la noche, las mujeres y el nervio artístico. Solo que el hijo pudo desarrollarlo en todas su dimensiones mientras el padre hubo de someterse a una carrera militar de la que, por cierto, llegó a las cotas más altas, lo que impide dudar de su gran capacidad.
Hijo de un carpintero, ingresó bien joven en la milicia francesa, enrolándose años más tarde en el ejército del Rhin. Pronto alcanzó el grado de capitán, ganándose la fama de conquistador, en este caso de mujeres, pues fue conocida y notoria su tendencia a la noche parisina. La vida bohemia le llevó a algunas trifulcas y finalmente con sus huesos a Córcega, donde conoció a la que fuera su gran amor y concubina, Catherine Thomas.
Rehabilitado para la disciplina castrense, en 1806 participó en las camapañas de Italia y, principalmente, de España, a las órdenes de José Bonaparte y adquiriendo un protagonismo considerable en nuestra Guerra de Independencia. A partir de ese momento sus ascensos son sucesivos y meteóricos. Primero a coronel y, tras la toma de Ávila por las tropas francesas, a general de división.
En octubre de 2010, nombrado Gobernador Militar de Guadalajara, dirige desde Sigüenza enconadas batallas por tierras de nuestras comarcas, enfrentándose a las guerrillas encabezadas por Juan Martín Díez, El Empecinado –mucha gente, erróneamente, cree que el apodo del guerrillero se debía a su empeño y perseverancia, cuando realmente lo era por su piel morena, oscura como la pez, de ahí su sobrenombre-. Tras reiterados y disputados enfrentamientos, con finales diferentes, José Leopoldo Hugo insta a El Empecinado a reconocer al rey José I; no sólo no lo consigue, sino que el vallisoletano envía una dura misiva desde Cogolludo defendiendo sus posiciones. Así lo relata Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, en el penúltimo Título dedicado a Juan Martín Díez y en el que da a Vicente Sardina, natural de Sigüenza y teniente de los guerrilleros españoles, un protagonismo especial:
“No permanecimos muchas horas en Gajanejos, y cuando la tropa se racionó con lo poco que allí se encontrara, dieron orden de marchar hacia la sierra, en dirección al mismo pueblo de Val de Rebollo, de donde habíamos partido. Nada nos aconteció en el camino digno de contarse, hasta que nos unimos al ejército (pues tal nombre merecía) de D. Juan Martín, general en jefe de todas las fuerzas voluntarias y de línea que en aquel país operaban. El encuentro ocurrió en Moranchel. Venían ellos de Sigüenza por el camino de Mirabueno y Algora, y nosotros, que conocíamos su dirección, pasamos el Tajuña y lo remontamos por su izquierda”.
Entre victoria y derrota en las sucesivas batallas, y antes de partir hacia Madrid, José I le concede a Leopoldo Hugo el título de primer Conde de Sigüenza por ser ésta la ciudad más importante y bella de la comarca. De hecho, no consta batalla alguna desarrollada en calles seguntinas. El que se decidiera que el condado fuera de “Sigüenza” debe remitirnos a su propia historia y relevancia.
En marzo de 1812 nuestro protagonista era gobernador de Madrid, en donde, además de organizar la retaguardia para ayudar a José Bonaparte a huir, tras la caída de Vitoria, se encarga de “salvar” importantes obras pictóricas del Museo del Prado trasladándolas a Francia. Aunque si bien es cierto que algunas nunca retornaron a nuestro país, las más importantes fueron devueltas a España tras finalizar la contienda. Nadie duda de las inquietudes artísticas del general francés, y que primaron los deseos de custodiarlas ante las revueltas populares.
En 1813, ya en Francia, el régimen de la Restauración le reconoció sus méritos en el campo de batalla ascendiéndole a mariscal de campo. El conde de Sigüenza, ahí es nada, organizó las tropas de Napoleón en la campaña del Imperio de los Cien Días, finalizando así su brillante carrera militar. Ya en la reserva, en su última época compaginó la agricultura y la literatura, en ambos casos con escaso éxito, aunque nunca se ha negado su valor testimonial y una vasta formación que hizo de sus escritos una aportación digna a sus novelas, comedias y poesías, así como a sus relatos biográficos. Entre otras obras, caben destacar Journal historique du blocus de Thionville (Blois: 1819), sus Memorias (París: 1825) y la novela conocida como La aventura tirolesa. En 1825, con el grado de teniente general honorario, se instaló en París para pasar sus últimos días.
El primer conde de Sigüenza vivió sus últimos años recordando sus días de apogeo por tierras castellanas. Nunca renegó de su condado, al contrario, figura en todas sus biografías. Tal vez por haber sido otorgado por un Bonaparte, y a pesar de haber consultado en el registro de Títulos Nobiliarios y Grandezas, dependiente del ministerio de Justicia, en la actualidad no se conoce heredero alguno que ostente dicho título. Tampoco en las biografías de sus tres herederos, incluido Víctor, aparece mención alguna al condado de Sigüenza. Es posible que actualmente en París, tras las calles de Montmartre, algún descendiente de la estirpe lo haga suyo de noche en noche por el barrio de Piralle, cuando sólo la luz de las farolas se reflejan sobre los adoquines azules: “Madame, je suis le comte de Sigüenza”.
Emilio Fernández-Galiano