El electricista de Picasso

PicassoWebLos grandes periódicos, como el que tiene ahora en sus manos, son fuente de inspiración ilimitada. Surgen a borbotones noticias por las que te puedes imaginar una historia, con sus antecedentes y sus consecuencias. De hecho, sirven a menudo a novelistas o trovadores modernos como reclamo de atractivas musas portadoras de creatividad.

Hace poco me topé en un diario con una noticia de la que todavía no consigo sacar conclusión alguna, pero me pareció ciertamente sugerente. Se trata del posible robo de 271 obras atribuidas a Picasso, por parte de su electricista durante unos cuantos años en la parte final de su vida. El técnico se llama Pierre Le Guennec -no me negarán que su careto y su nombre son atractivos para cualquier enredo-, y a principios de los años 70 empezó a trabajar en la casa de los Picasso instalando sus sistemas de alarma y seguridad, cuando vivían en Notre Dame de Vie, una mansión de 35 habitaciones situada en lo alto de una colina de la comarca de Mouguins, próxima a Niza. Fue allí donde el genio malagueño pasó sus últimos años de vida y fue allí donde murió.

Se sabe que el autor del Guernica fue hombre extravagante y principalmente egoísta. Despreció bastante a sus sucesivas mujeres y concubinas, y no menos a sus descendientes reconocidos. Tal vez era consciente de que, al fin y al cabo, iban a ser herederos de una inmensa fortuna, aunque la mayor parte del pastel acabó finalmente en manos de su hija Paloma.

Eso sí, fue un trabajador incansable, su obra está cuantificada en más de dos mil piezas entre óleos, dibujos, litografías, cerámicas y esculturas, por lo que el tesoro que acumula Pierre Le Guennec supone más de un generoso diez por ciento del total de la producción artística. Es verdad que a Pablo Picasso no le gustaba llevar dinero encima y muchas son las anécdotas en las que trocaba un monigote por el servicio correspondiente. Una de las más famosas es la de aquel propietario de un restaurante que le permitió irse sin pagar si le hacía cualquier dibujo en el mantel. Tras abandonar el pintor el establecimiento, el tabernero corrió tras él al comprobar que el dibujo no había sido firmado. “¡Don Pablo, don Pablo, se ha ido sin firmar el dibujo!”. A lo que le contestó: “Mi querido amigo, he aceptado su invitación y, a cambio, hacerle unos trazos. Si los hubiera firmado, hablaríamos de quedarme con el restaurante”.

El caso es que en el juicio que recientemente se ha celebrado en Grasse (sureste de Francia) para dilucidar si la abultada colección de Le Guennec le fue regalada por el propio artista o, abusando de la confianza y conocimientos sobre la mansión, aquél los robó. En ningún caso se discute la autenticidad de las obras, aunque la mayoría no están firmadas. De hecho, fue el mismo electricista el que acudió en enero de 2010 a la Picasso Administration, dirigida por Claude Ruiz Picasso, uno de los hijos, para que autentificaran todas las piezas. Comprobaron que la mayoría pertenecían a las tres primeras décadas del pasado siglo, cuando residía el artista en París y desarrolló su mejores manifestaciones del cubismo y, posteriormente, del surrealismo picassiano.

O bien la ingenuidad de Le Guennec es mayúscula, o bien su atrevimiento. Acudir a quien te va acusar por robo con el fin de, llegando el final de sus días, ordenar su propia herencia, es del género idiota o, en su caso, pensar que lo son todos. Pero ¿por qué si las obras afectadas son de los años comprendidos entre 1900 y 1930, estamos hablando de hace 40 o 50 o 60 años de cuando en teoría le fueron regaladas, estaban todavía sin firmar, como en el caso del mantel del tabernero?

Picasso era un genio, pero su vida está salpicada de tantas luces como sombras, al igual que cualquiera de sus obras policromáticas. Se le llegó a acusar del robo de la Mona Lisa, ahora hace 100 años, junto a su amigo el poeta francés Guillaume Apollinaire. Se comprobó que el pintor compró a un mercenario belga, Honoré Joseph Géry, pequeñas estatuas que éste sustrajo ilegalmente del Louvre. Es verdad que todo aquello sucedió cuando Picasso era un joven incontrolable. Pero no es menos cierto que su carácter permaneció inalterable toda su vida.

No puedo pronunciarme por si Le Guennec es un ladrón o durante la época en la que trabajó con el genio se hicieron amigos y compartieron aventuras, aprovechándose de dicha relación. O por ambas situaciones a la vez. Tal vez el artista se esté riendo todavía desde su tumba en el castillo de Vauvenargues. Como la Mona Lisa.

Emilio Fernández-Galiano

 

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *