REGRESO AL PARAÍSO

laisla

(Artículo para el Programa de Fiestas de Sigüenza , 2012)

Siendo yo un niño, mi abuelo Pascual me enseñó a apreciar la naturaleza. A eso de las nueve de la noche, en pleno mes de julio, cuando los veraneos duraban tres meses y yo no llevaba más que un pantalón corto con tirantes y unas sandalias, salíamos al jardín de la casa que mis padres tenían en La Isla, aquí en Sigüenza, y regábamos las plantas y árboles que lo abundaban. Todavía me refugio allí, de cuando en cuando, para viajar a mi infancia y retomar emociones. La casa en sí no tenía, no tiene, nada de especial, pero el jardín, al menos para mí, es un pequeño edén, mi particular edén. Escalonado en diferentes alturas protegidas por una barandilla de piedra por la que se enrosca la hiedra, son como variadas salas naturales en las que conviven, en la terraza superior, rosales, orquídeas y hortensias. Los almendros alternan con los prunos y los ciruelos mientras el boj serpentea por los distintos accesos convirtiéndolos en un pasillo natural. Enormes chopos dan sombra a la zona más baja, junto a un abeto y una sabina que plantó hace mucho tiempo mi tío Emilio, un experto en botánica. En la parte central, donde comíamos en esta época, un frondoso árbol del paraíso nos cobijaba del sol del mediodía.

Cuando empecé a usar pantalones vaqueros mi pequeño mundo se amplío al pinar y a la Alameda, la de los gigantescos olmos, y de ahí a las excursiones en bicicleta. Una de las primeras fue por la carretera de Horna. Al llegar a la Fuente del Obispo, tuvimos una sensación similar a la de Colón al divisar tierra, por lo de descubrir nuevos mundos, supongo. Desde entonces Sigüenza ha sido y es mi ciudad. Ius solis et ius sanguinis, porque es donde más me gusta vivir y porque, al margen de ascendencias familiares, es la ciudad de mis recuerdos y al fin y al cabo de mis orígenes.

No es la afección a Sigüenza una consecuencia más o menos romántica o sentimental. Nuestra ciudad enamora porque objetivamente es bella. Por su belleza y por su historia , y en lo que a mi dedicación artística se refiere, es una de mis principales musas. Comprendo que innumerables artistas la hayan cortejado. Literatos, poetas, músicos, pintores y escultores han dejado su huella en buena parte de su obra. Y algunos nacieron de entre sus piedras, dignificando y aumentando su prestigio.

Incluso el tiempo ha ido difuminando el mito maniqueo entre veraneantes y los que no lo son, o seguntinos o no, y que formaba parte del espectáculo. Bueno, no es más que un guiño cómplice, pues hoy pocos sabrían delimitar con claridad la frontera de los que son y/o no son. Entre todos hemos moldeado lo que Sigüenza es hoy, con su pasado incluido y un futuro por desvelar. Por lo que a mi respecta no tengo ningún inconveniente en hacerlo ahora; en cuanto pueda vendré a vivir aquí durante todo el año, con mis caballetes, mis lienzos y mis pinceles, pues es donde me espera mi musa (que no es la mujer del mus, que, por cierto, seguiré practicando para dar alguna que otra lección).

A mi abuelo Pascual se lo llevó una pulmonía. Y al árbol del paraíso, un tornado. Pero volveré a oler la tierra húmeda del jardín de mis padres. Y a recordar las comidas familiares bajo la sombra de aquél pasado.

Emilio Fernández-Galiano Campos

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