Las redes del odio

El odio del Angel Caído, de Alexandre Cabanel, 1868

El odio del Angel Caído, de Alexandre Cabanel, 1868

Leía a Raúl del Pozo en su “Beluga” de la contraportada de EL MUNDO del pasado 5 de enero, que el “clima irracionalista que se instaló antes de la pandemia, no sólo ha acelerado el desvarío del nacionalismo y el populismo, sino que ha sacado de quicio a todos los partidos. La crispación, la táctica de la tensión, el fanatismo, el odio en las redes están envenenando la convivencia”.

 

Hace tiempo que propuse una regulación positiva –en términos jurídicos, negro sobre blanco, escrita, tipificada- sobre las afrentas que, tras un escudo presuntamente anónimo, el personal cabalga a su antojo  sin valorar consecuencias ni calcular daños. La verborrea biliar sale gratis y los comentarios que leo en las redes o tras los artículos de turno son arengas pornográficas que convierten el ambiente en un hedor irrespirable. Sigo sin entender por qué la justicia no actúa de oficio porque detrás de ese escudo hay una IP que permite identificar al autor a no ser que sea un virguero de la informática. No hablamos de libertad de expresión, hablamos de delitos tipificados como calumnias, injurias, intromisión al honor o a la propia imagen.

 

Las redes han sustituido a las publicaciones satíricas del pasado;  ahora me río de éstas y de su inocencia –“si el monte se quema, algo suyo se quema, señor conde”-, además de estar en su momento controladas por la censura y hasta poder ser secuestradas para impedir su difusión. Dicen que Cela fue censor durante el franquismo, creo que flirteó con los estamentos censores del régimen para proteger a sus colegas. No soy amigo de la censura, allá cada uno cómo ejerce la suya propia, pero cuando no hay límites debemos tener una ley que proteja a la sociedad y a sus afectados del virus de la intolerancia y la ignominia.

 

En línea con los programas antes llamados “telebasura”, que han encontrado su acomodo y regocijo en la viscosidad de la inmundicia, asistimos ¿todavía incrédulos? a una retahíla de insultos, vejaciones o “fake news” en los que se desparrama odio sobre terceras personas en lugar de razonar y poder defender las ideas desde el respeto. Seres enfurecidos, poseídos, gritan, gesticulan y hasta echan espuma por la boca. Triunfa el más estrafalario, el más incorrecto, el más provocador. Dígame, querido lector, qué podemos esperar de las siguientes generaciones si han sido amamantadas con leche avinagrada, con una educación ajena a los principios de la cortesía y el respeto.

 

No sé a ciencia cierta quién se alimenta de quién, si las redes de las “telebasura” o viceversa, pero se ha creado un caldo de cultivo cuyo resultado es el elixir del odio, de la humillación y la incultura. Con tantos medios y tanta información, retornamos a la selva del canibalismo ideológico enterrando la excelencia intelectual que heredamos desde Jovellanos.

 

Si comencé estas líneas citando a la mejor referencia periodística española, las termino abusando de su particular “El ruido de la calle” en su misma crónica: “Todos los días se lapida a los adversarios desde los “bots” anónimos. Es extraño que eso ocurra en la nación, que a pesar de su fama de intolerante, inventó la palabra liberalismo, el más noble grito que ha sonado en el planeta, según Ortega”.

 

 

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