El enigma de Lucía Palladi

LUCIA PALLADI 2O cómo la Marquesa de Bedmar terminó reposando en Sigüenza.

Después de que los turistas abandonan el templo, el clavero de la catedral de Sigüenza cierra como de costumbre la sala que atesora la joya de las esculturas funerarias del gótico tardío europeo. Mientras gira la llave hueca de hierro forjado, los rebotes del sonido de la cancela le acompañan en su habitual reflexión, contemplando, una vez más, la losa situada a la entrada de la capilla de los Vázquez de Arce. Su labor rutinaria no le impide seguir pensando en quién y porqué yace bajo esa tumba por la que, como si fuera un felpudo de mármol, pasan y pisan miles de visitantes ignorando su presencia, sin atender ni entender que posan, aún fugazmente, sobre una historia de amor -o desamor- y un enigma irresuelto. En las letras desgastadas por las suelas inconscientes, se puede leer:

“Yace la Sra. D.ª Lucía Palladi. Nacida en Viena el 27 de agosto de 1813. Fallecida en París el 19 de septiembre de 1863».

La Muerta, así la llamaba el duque de Rivas por su extrema palidez. Su amante platónico, Juan Valera y Alcalá Galiano, huyó del esperpento y optó por referirse a ella con un sobrenombre mucho más evocador: la dama Griega, tal vez por los conocimientos que la pretendida tenía sobre la cultura helena. Hablamos de Lucía Palladi Callimachi, marquesa de Bedmar, unida en infeliz matrimonio con don Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, décimo marqués de Bedmar.

 

Moldava de origen, y tras un primer matrimonio con un príncipe rumano, Nicolás Cantacuzène, se casó en segundas nupcias con el noble español. Ambos matrimonios, además de dejar el fruto de un hijo en cada uno de ellos, fueron efímeros. En el primero enviudó tempranamente, en el segundo con la misma celeridad vivieron separados hasta el fallecimiento de ella.

Tras la separación de facto, nuestra protagonista fue a recuperarse a Nápoles. Conocida en ambientes diplomáticos por su cultura universal –se decía que su marido, Acuña, había tenido un romance amoroso con la misma Reina Isabel II-, allí se granjeó la amistad con un joven que a la postre sería mas conocido por sus novelas que por sus trabajos en las embajadas, Juan Valera.

 

De aquélla época son sus versos “A Lucía”(1): “Spander prodiga amor, vita, bellezza;/ tu dei cantar in questo nobil lido. / Alma non è, chàssi crudel e duras,/ Non senta al ascoltarti tenerezza,/ Non ti saluti con amante grido”. (Repartir amor y belleza;/ tu has de cantar en esta noble costa/ No hay alma sino cruel y dura/ Que no sienta al escucharte ternura/ Que no te aclame con amante grito.)

Entre ambos surgió una apasionada relación sentimental que la Marquesa limitó al terreno de lo platónico. Tal vez por su madurez y experiencia, dos matrimonios rotos, por la diferencia de edad, ella era bastante mayor que él, o por la desaforada pasión que mostraba el entonces diplomático y que luego contrastaría en un agitado y férvido historial (siendo embajador en Washington, ya mayorcito, mantuvo una ardiente aventura con la hija del secretario de Estado norteamericano, una tal Katherine C. Bayard; la pobre terminó suicidándose). El caso es que en la relación que nos ocupa la llama de la pasión terminó apagándose en pocos años, aunque el autor de Pepita Jiménez ni escondió ni negó nunca su enamoramiento juvenil.

En un interesantísimo documento publicado en la revista Añil, el escritor seguntino José Esteban (2) profundiza en la tormentosa relación del joven poeta que ve en su amada la serenidad e inteligencia que cultivan su tierno espíritu. En su artículo cita expresamente: “… a la entrada de la famosa cripta, una humilde losa en el suelo reza así: “Aquí yace Lucía Palladi, marquesa de Bedmar”.” No es exacto, pues en la losa, con anterioridad al nombre de Lucía figura el de su marido, Antonio Manuel de Acuña y Dewitte, para que, después del de ambos, figure la leyenda “Marqueses de Bedmar de Escalona”. El dato aunque lo parezca no es baladí, como luego veremos. Esteban aporta, eso sí, numerosos versos y varias epístolas recopiladas por el político Manuel Azaña, gran estudioso del escritor. Nuestro paisano deja en el aire algunas cuestiones, cuándo y dónde murió –lo supongo un lapsus, pues en la losa figuran los datos: París, 19 de septiembre de 1863, con ya cumplidos los 50 años-, porqué sus restos descansan en la capilla de Los Arce y la vinculación con el Marquesado de Bedmar. Algo que tampoco resuelve el mismo Manuel Pérez Villamil, uno de los mayores conocedores de la Catedral.

El historiador y profesor de Arte José María de Azcárate (3), en un minucioso tratado sobre la capilla de los Arce, enumerando todas las sepulturas que allí reposan, tampoco menciona la que aquí nos interesa.

Es Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo (4) el que más luz arroja en la relación de los Vázquez de Arce con los Bedmar, sin duda nexo en las razones de que la misteriosa sepultura repose en nuestra Catedral y en la capilla también conocida por la de San Juan y Santa Catalina. En su magnífico trabajo publicado en los Anales Seguntinos, número 10 (5), ya advierte que “la denominada “Casa del Doncel”, prototipo del gótico seguntino en la plazuela de San Vicente, ha sido conocida durante muchos años como Palacio de los marqueses de Bedmar”. A partir de ahí detalla con abundante información los sucesivos herederos a lo largo de los últimos cinco siglos de “la casa solariega y posesiones en tierras de Sigüenza como el patronato de la citada capilla-panteón familiar”.

Después de citar las sucesivas casas y sus respectivos linajes, llega a la de Acuña, la que nos interesa, pues a ella perteneció el segundo esposo de Lucía Palladi, el ya citado Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, dándole el título consorte que luce en su sepultura. Tal y como apunta el entonces nuestro Cronista Oficial, el marqués de Acuña, después de enviudar de la dama Griega, “casó con Dª Carolina Montúfar y García Infante, Dama de S.M. Dª Cristina –Reina regente-, de Dª María de las Mercedes y de Dª Isabel II, como reza su lápida sepulcral en la capilla del Doncel. D. Manuel, fallecido en Madrid el 16 de mayo de 1883, está enterrado a los pies del sepulcro del Doncel, junto a su hijo Rodrigo, fallecido sin descendencia antes que él, y al lado de su segunda esposa Carolina”.

Lo curioso es que Gómez-Gordo, si bien cita a Lucía Palladi como primera esposa de Manuel Antonio de Acuña, no llega a reseñar que esté enterrada en la capilla de los Arce. Tampoco lo hace Pérez Villamil en su necrológica publicada en la “Ilustración Española”, que refiriéndose al Marqués de Bedmar, y por haber muerto sin sucesión, “terminó la línea directa de esta noble casa… Está sepultado en la capilla de los Arce para que se complete la representación de la familia…, desde los caudillos de la Reconquista hasta el marqués liberal-conservador”. Gómez- Gordo termina recogiendo la publicación en el Eco Seguntino de las honras fúnebres por el alma de Dª Carolina –segunda esposa del Marqués-, celebradas en Sigüenza el 21 de abril de 1891. Pero no consta ninguna por las de Lucía Palladi.

A tenor de lo expuesto, no cabe duda de que la primera y segunda mujer descansan junto a su marido en el mismo panteón del marquesado de Bedmar, actual titular del patronato de los Arce, hoy por la estirpe Heredia y Halcón. Los restos de Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, de sepultarse tras su fallecimiento en esa capilla, y los del resto de su familia, segunda esposa e hijo, descansan allí desde finales del XIX. Lo que no sabemos es si la silenciada Lucía Palladi fue allí enterrada entonces o si fue “perdonada” posteriormente por los herederos del Marqués, no en vano era la madre de su hijo Rodrigo. Por eso los nombres de los esposos aparecen juntos antes del título de ambos, “Marqueses de Bedmar y Escalona”, tal y como comentábamos con anterioridad. No olvidemos que el marqués sobrevive a su primera mujer y al hijo de ambos. Sorprende que la segunda esposa de Acuña, fallecida después, también comparta sepultura. ¿Quién lo decidió? O tal vez, Juan Valera, que sobrevivió a Acuña, y hombre de gran influencia al final de sus días (fue diputado, secretario del Congreso y embajador en las capitales más influyentes del mundo), se encargara de todo. Como el propio Azaña recoge en su Estudios sobre Don Juan Valera: …”cuatro años después (de su separación) escribía: “la persona que yo más he querido en el mundo”, refiriéndose a la enterrada en Sigüenza”. Pero esto es una mera conjetura para poner fin a una incomprendida historia de amor.

 

1.- – JESÚS C. CONTRERAS. Valera D. Juan. Su perfil ignorado y algunas cartas inéditas. Editorial Vision Net.

2.- JOSE Mª DE AZCARATE RISTORI. Maestro Sebastián de Toledo y el Doncel de Sigüenza. (1974).

3.- JOSÉ ESTEBAN. ¿Quién fue Lucía Palladi, Marquesa de Bedmar? (Revista Añil, núm. 22, Cuadernos de Castilla La Mancha., Primavera (2001).

4.- JUAN A. MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO. El Marquesado de Bedmar y los Arce de Sigüenza. Anales Seguntinos. Nº 10 (1994)

5.- Agradecimiento a la Fundación Martínez Gómez-Gordo y en especial a Rosalía Martínez Taboada por la agilidad en facilitarme la documentación sobre el trabajo de su padre.

Emilio Fernández-Galiano

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