PINTAR UNA MIRADA

Siendo muy pequeño mi padre me regaló un libro de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. Lo recibí con ilusión. Al rato volvió a mi habitación suponiendo que ya estaría enfrascado en su lectura y orgulloso de educarme para convertirme en un ávido lector. No había leído una línea, pero me encontró bosquejando en una hoja lo que parecía un retrato a lápiz del insigne escritor basándome en una foto suya que figuraba en las primeras páginas.

El dibujo y la pintura nos es que hayan sido una constante en mi vida, son parte inherente a ella. Sin entrar en juicios de valor por no ser obviamente el más indicado – aunque ya en mi etapa escolar me regocijaba el observar que mis profesores en lugar de castigarme por hacerles una caricatura, me las pedían-, lo cierto es que desde que tengo uso de razón he estado con un lápiz en la mano gastando grafito dale que te dale. Incluso hoy me sorprendo cada día garabateando lo que sea mientras hablo por teléfono, trabajo frente al ordenador o leo el periódico. El dibujo me permite ser una excepción frente a la máxima femenina de que los hombres no sabemos hacer dos cosas a la vez.

No por ello todo resulta fácil, ni mucho menos. Ya mi padre me “insinuó rotundamente” no hacer Bellas Artes hasta que no terminara Derecho –con la resignada complicidad de mi madre, he de anotar-; era un gran padre, era otra época, pero es nuestra misma España, aunque en algunos aspectos nos resulte extraña. A diferencia de la mayoría de países europeos, la afición y el gusto por el arte forma parte de un club reducido que termina siendo selectivo, en lugar de formar parte del común de sus habitantes, como ocurre en el viejo continente. Y resulta paradójico, pues nuestro país ha aportado grandísimos maestros en muchas de sus vertientes. Quiero pensar que cuando se me desaconsejaba sumergirme en una carrera pictórica no era por falta de aptitudes sino por falta de futuro, que no es lo mismo.

No tuve más remedio que optar por casi una clandestina formación en gran parte autodidacta, a base de mucho trabajo pues el artista, además de nacer tiene que hacerse. Con todo, echo de menos los consejos técnicos y la experiencia académica, aunque me consuela el recrearme en mis sucesivos descubrimientos en una aventura apasionante. Me hubieran enseñado esos consejos, pero los he ido descubriendo, y lo que me queda. No en vano, grandes pintores se consagraron al margen de la escuela, que si bien forma, también condiciona y puede coartar libertades.

Y como en una historia de amor, la pasión supera cualquier cordura o escepticismo. Y en ella sigo. No tanto por llegar a algo, o a nada, sino porque sigo afectado por esa sinrazón que es dibujar, pintar. Para percibir y transmitir. Me alegro que cada vez más personas reciban mis mensajes y les guste lo que “digo”. Me alegra poder compartir mis sensaciones y poder hacerlo colectivamente en esta nueva exposición, reconociendo el mérito del Ayuntamiento de Madrid en apostar por iniciativas culturales de este calado.

Y agradecer a los que me han permitido llegar hasta aquí en esta, espero y deseo, larga aventura. Desde los que me despertaron inquietudes y me enseñaron cómo desarrollarlas. A José Luis Cantero Pastor, Lourdes Amigo, José Luis Alcoceba, Juancho Dumall, Mariano Gistaín, Alicia Davara, Lorenzo de Grandes, Miguel Bernal, José Luis Ros, Ignacio Jiménez, Beatriz de la Flor, Pepe Sanz, Antonio Pérez Henares, Lorenzo Díaz, José María Barreda, Javi Sánchez, Josechu Bustamante y Luis Asúa, pues de todos he recibido y recibo el ánimo y aliento apoyándome constantemente en mi trayectoria.

Gracias también a todos los que han confiado a mis pinceles sus pequeños sueños o el mantener vivos sus recuerdos. Y cómo no, a mi gran y numerosa familia así como a mi peña, una buena tropa de amigos, incluidos mis incondicionales aquefineros y mi eficaz gentilhombre, Fran Gordillo.

Todos, de alguna manera, han sabido entender el resultado de lo que busco –entender lo que busco me cuesta hasta a mí-, pero es una obsesión y una ilusión. Es bucear en la luz, en los colores, e intentar no tanto plasmar con fidelidad el contorno de unos ojos, sino saber pintar una mirada. Cuando lo consigo soy feliz.

 

EMILIO FERNÁNDEZ-GALIANO

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